Durante el siglo XVIII hubo muchas innovaciones en el diseño de puentes con vigas por parte de Hans Ulrich, Johannes Grubenmann, y otros. El primer libro de ingeniería para la construcción de puentes fue escrito por Hubert Gautier en 1716.
A la locomotora de vapor inició una nueva era al demostrar su superioridad sobre los animales de tiro. La rápida expansión de las redes ferroviarias obligó a un ritmo paralelo en la construcción de puentes sólidos y resistentes. Por último, el automóvil creó una demanda de puentes jamás conocida. Los impuestos sobre la gasolina y los derechos de portazgo suministraron los medios económicos necesarios para su financiación y en sólo unas décadas se construyeron más obras notables de esta clase que en cualquier siglo anterior. El gran número de accidentes ocasionados por los cruces y pasos a nivel estimuló la creación de diferencias de nivel, que tanto en los pasos elevados como en los inferiores requerían el empleo de puentes. En una autopista moderna todos los cruces de carreteras y pasos a nivel son salvados por este procedimiento.
Con la Revoluccion Industrial en el siglo XIX, los sistemas de celosìa de hierro forjado fueron desarrollados para puentes más grandes, pero el hierro no tenía la fuerza èlastica para soportar grandes cargas. Con la llegada del acero, que tiene un alto lìmite èlastico, fueron construidos puentes mucho más largos, muchos utilizando las ideas de Gustave Eiffel.
A principios del s. XIX apareció la tendencia a sustituir la madera, piedra y mampostería por el hierro fundido, como en el puente del Louvre, en París, y el Ironbridge (Gran Bretaña), y después por el hierro forjado y finalmente por el acero. En 1823 apareció un nuevo tipo de puente, proyectado por Marc Seguin: el puente colgante, que conocería un formidable desarrollo. En 1833 acabó la construcción del puente metálico de Brooklyn, en Nueva York, de 480 m de longitud. En 1867 se construyó el primer puente de contrapeso, a través del Main, en Alemania, proyectado por Heinreich Garber, con 127 m de longitud. Del tipo colgante son el puente del Niágara, en EE. UU., de 387 m de largo, y el de Brooklyn, terminado en 1883, con 1.186 m de longitud. En el s. XX han continuado los grandes avances en la construcción de puentes, derivados del aprovechamiento más racional de los materiales. En 1925 entró en servicio el puente colgante sobre el Hudson, en Bear Mountain, con un ojo central de casi 500 m. En 1932 se terminó el puente colgante de George Washington, de 1.067 m de luz, en Nueva York, sobre el río Hudson.
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